Borges se destacaba sobre todas las cosas por superar al realismo, desarrollando un estilo sobrio, intelectual, cuyo lenguaje cree ser superior al del lector, el relato es abordado desde una manera altiva. A pesar de estas características, él ha reflejado en sus obras, pensamientos filosóficos y reflexiones sobre el mundo en el que se vive. Aborda lo real de la vida desde una perspectiva idealizada, desde la alucinación. La visión de realidad lo hace desde una mezcla de ficción con ensayo. Utiliza técnicas para que un relato sea verosímil, hay casos donde está narrada desde una reconstrucción, como lo es en el cuento "La Intrusa". El concepto del eterno retorno, como alguna vez lo ha definido Nietzsche, también es parte de lo que plantea Borges en sus obras, como algo que se repite infinitamente, por eso determina que la vida se repite simétricamente y que el destino es incomprensible, inexorable, es decir, este tiempo cíclico que vuelve una y otra vez cumple con sólo una finalidad prevista por el destino. Un tema no menos importante, es el amor, en su vida personal Borges ha tenida varios amoríos y la visión del amor de él es ambigua. Cometen el crimen porque el amor de hermanos no debía compararse con el de una mujer. Se percibe de Borges, un dilema de la vida sentimental, como tantos que él presenta, como lo es la religión. Borges parece utilizar las citas bíblicas para burlarse justamente de la idea de que La Biblia es otro libro de ficción, que justifica su propia historia. En este cuento aparece la historia de Caín y Abel, en el episodio en el que llevan a Juliana de vuelta a su casa. Cuando escribe Caín andaba por ahí, se refiere a que la tentación estaba presente. La tentación de superarse el uno con el otro a modo de competencia, concluir quién es el mejor. En el caso de Eduardo y Cristian, éste es quien quiere quedarse con ese objeto, llamado Juliana y Eduardo como se dice en un lenguaje vulgar: "es el que lleva las de perder". En el libro está descrito como una persona hosca, que se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. En la película "La intrusa" de Carlos Hugo Christensen basada en el cuento de Jorge Luis Borges, los personajes poseen características similares a cómo los describe el autor original. A diferencia que el menor de los hermanos, no era tan rudo y parco como Borges detalla, sino es un hombre más bien introspectivo, y algo más suave y calmo que su hermano Cristian, incluso en los actos sexuales que mantiene con Juliana. Cristian es una persona salvaje, una especie de bárbaro, somete a la intrusa como a las reses que él domina en sus días de trabajo. En cambio Eduardo, a pesar no tener compasión por la chica, el trato hacia ella es más gentil. En la película hay objetos que denotan la presencia de la religión y lo profano. Hay escenas que reiteran la presencia de una Biblia en la casa de los Nilsen, mientras éstos cometen actos impuros para el cristianismo. Borges critica crudamente la película, porque él en su obra no habla de homosexualidad, ni sodomía, ni incesto como lo muestra Christensen. Tanto en el cuento como en el film se puede desplegar el término de barbarie, el hecho de que el director haya creado varias escenas con sexo explícito y crear esa unión incestuosa, es lo que caracteriza a esa comunidad en que los Nilsen viven: la barbarie. Esta es un mundo aparte de la cultura civilizadora, es una sociedad con leyes propias, pero leyes que son resueltas en forma violenta, donde la defensa del apellido, del honor familiar e individual cobran protagonismo. Las disputas se resuelven por medio del duelo. En realidad hay una verdad absoluta respecto a estos hechos, es que la naturaleza dominaba el hombre, y Christensen lo que quiere es plasmar esa fuerza que modela a los hombres, a través de los vientos, el cielo, la tierra, el amanecer, el sol, las nubes, el frío, la noche, el atardecer, las estrellas, los horizontales, el vació dela llanura. Esta naturaleza no sólo está presente en la geografía del lugar, sino en los modos que los hombres viven allí, los hombres son modificados por la naturaleza que los rodean (en cambio en la civilización el hombre modifica a esa naturaleza, transforma, la mata para querer ser el ser supremo que domina los gobiernos). Borges propone una lectura a modo del relato de una reconstrucción, a él "le dijeron..." y hace de la ficción un hecho posiblemente verídico. En cambio en la película está focalizada desde un narrador omnisciente, es decir que se conoce lo que los personajes hacen e incluso piensan por medio de las actitudes y sus acciones ante ciertas situaciones. Borges sitúa en su relato a uno de los protagonistas de la historia, el propio Eduardo comenzó a divulgar la historia de la intrusa. El relato cinematográfico es lineal, no hay racontos. En la historia, el eterno retorno se evidencia al final, cuando ambos hermanos deben volver a unirse. Está proporcionado, por el lado, de que deben volver para olvidarla. Por más que ella esté ausente, estará en sus mentes para luchar contra el recuerdo que ambos poseen.
jueves, 26 de febrero de 2009
jueves, 19 de febrero de 2009
Jorge Luis Borges- Obras y Argumentos
BORGES, Jorge Luis
El Aleph
Alianza Editorial, Madrid 1975
El Aleph
Alianza Editorial, Madrid 1975
I. INTRODUCCIÓN GENERAL A LA OBRA DE BORGES
Poeta, ensayista y autor de relatos breves. En muchos de sus escritos, sea cual sea el género al que pertenezcan, aparecen con frecuencia ciertos temas; por eso una introducción general a Jorge Luis Borges puede ser válida para toda su obra.
Borges es un escritor erudito, poseído de solicitaciones filosóficas que acierta a convertir en sustancia de sus relatos o, al menos, las hace aparecer en alguno de sus componentes. La concepción del mundo del autor ayuda a comprender el fondo intelectual de su producción:
a) Consideraciones preliminares.
Los relatos de Jorge Luis Borges tienen con frecuencia una motivación metafísica y un tratamiento fantástico. Le interesan la filosofía y la teología, disciplinas de las que parece tener un regular conocimiento .
En los sistemas filosóficos y en las proposiciones metafísicas ve un infatigable esfuerzo del género humano por comprender e interpretar el universo. “Todo hombre culto es un teólogo y para serlo no es indispensable la fe” (Otras inquisiciones). De hecho, Borges, si bien participa de una concepción panteísta del universo que no excluye un Dios Creador, no confiesa ninguna fe religiosa explícita. Respecto a la posibilidad de que la filosofía alcance la verdad absoluta, manifiesta el escritor su “escepticismo esencial”. De ser creado, “el mundo es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente” (op. cit.). Pero “la imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios” (op. cit.).
Los relatos de Jorge Luis Borges tienen con frecuencia una motivación metafísica y un tratamiento fantástico. Le interesan la filosofía y la teología, disciplinas de las que parece tener un regular conocimiento .
En los sistemas filosóficos y en las proposiciones metafísicas ve un infatigable esfuerzo del género humano por comprender e interpretar el universo. “Todo hombre culto es un teólogo y para serlo no es indispensable la fe” (Otras inquisiciones). De hecho, Borges, si bien participa de una concepción panteísta del universo que no excluye un Dios Creador, no confiesa ninguna fe religiosa explícita. Respecto a la posibilidad de que la filosofía alcance la verdad absoluta, manifiesta el escritor su “escepticismo esencial”. De ser creado, “el mundo es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente” (op. cit.). Pero “la imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios” (op. cit.).
Una consideración similar le merece la teología. Confiesa “estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran de singular y de maravilloso”. En consecuencia, varios de los mejores cuentos de Borges están inspirados en hipótesis metafísicas y afirmaciones teológicas, por mucho que, para su autor, estén desprovistas de veracidad las primeras, y de la condición de verdades reveladas todas las segundas.
Lo que la metafísica pretendería hacer, sin éxito, en el plano de la realidad —penetrarla e interpretarla—, pretende hacerlo Borges en el plano de sus cuentos, capitalizando las hipótesis de la filosofía y las doctrinas de la teología. “Borges ha negado —resume Alazraki, uno de sus críticos— la validez de la metafísica en el contexto de la realidad, pero la ha aplicado a un contexto donde recobra su vigencia: la literatura”.
Un lector culto presiente que, en el argumento y desarrollo de un cuento que satisfaría a lectores menos intelectualizados, subyace un significado metafísico. Hay con frecuencia dos planos en los libros de Borges: un plano narrativo‑argumental, anecdótico, y otro abstracto, en el que la anécdota adquiere ya la dimensión de símbolo (v.gr.: Deutsche requiem, La busca de Averroes, La escritura del Dios): lo individual se reviste de simbolismo al ser proyectado sobre un plano genérico más amplio.
Un lector culto presiente que, en el argumento y desarrollo de un cuento que satisfaría a lectores menos intelectualizados, subyace un significado metafísico. Hay con frecuencia dos planos en los libros de Borges: un plano narrativo‑argumental, anecdótico, y otro abstracto, en el que la anécdota adquiere ya la dimensión de símbolo (v.gr.: Deutsche requiem, La busca de Averroes, La escritura del Dios): lo individual se reviste de simbolismo al ser proyectado sobre un plano genérico más amplio.
b) Temas y subtemas.
Los relatos de Borges despiertan sorpresa y, a veces, provocan el desconcierto en los lectores. No es un escritor de masas: su crítico y amigo Adolfo Bioy define los cuentos de Borges como “ejercicios de incesante inteligencia y de imaginación feliz, destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura”. No obstante, sus textos no son adivinanzas o herméticos sofismas. La lógica que hay bajo sus fantasías se encuentra a menudo desvelada en 1os libros de ensayo: Discusión, Inquisiciones, Otras inquisiciones. En cualquier caso, hay una porción de tópicos, lugares temáticos comunes, en la narrativa borgeana: los que son tema en un relato, aparecen en otros como subtemas, en variada recurrencia. Alazraki rastrea en un sólo cuento, La otra muerte, y descubre hasta nueve temas característicos del autor: 1°, en un instante de la vida de un hombre puede estar la clave de toda su historia y su razón de ser; 2°, la realidad presenta caracteres ilusorios: se mezclan abundantemente en el relato personajes históricos y seres ficticios; 3°, el Universo se nos aparece a menudo como un laberinto inextricable; 4°, visión del mundo por la cual un hombre puede ser dos hombres, gracias a la reducción panteísta; 5°, el mundo es un sueño de alguien superior no muy bien conocido; 6°, el mundo es una compleja concatenación de causas y efectos: modificada una causa, por remota que sea, resulta modificada y confundida una multitud imprevisible de efectos; 7°, una persona que no pudiera olvidar, moriría por el excesivo peso de sus recuerdos; 8°, una literatura difiere de otra más por la distinta manera de ser leída e interpretada, que por las diferencias de sus textos, 9°, el coraje, primera virtud de los argentinos.
Los relatos de Borges despiertan sorpresa y, a veces, provocan el desconcierto en los lectores. No es un escritor de masas: su crítico y amigo Adolfo Bioy define los cuentos de Borges como “ejercicios de incesante inteligencia y de imaginación feliz, destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura”. No obstante, sus textos no son adivinanzas o herméticos sofismas. La lógica que hay bajo sus fantasías se encuentra a menudo desvelada en 1os libros de ensayo: Discusión, Inquisiciones, Otras inquisiciones. En cualquier caso, hay una porción de tópicos, lugares temáticos comunes, en la narrativa borgeana: los que son tema en un relato, aparecen en otros como subtemas, en variada recurrencia. Alazraki rastrea en un sólo cuento, La otra muerte, y descubre hasta nueve temas característicos del autor: 1°, en un instante de la vida de un hombre puede estar la clave de toda su historia y su razón de ser; 2°, la realidad presenta caracteres ilusorios: se mezclan abundantemente en el relato personajes históricos y seres ficticios; 3°, el Universo se nos aparece a menudo como un laberinto inextricable; 4°, visión del mundo por la cual un hombre puede ser dos hombres, gracias a la reducción panteísta; 5°, el mundo es un sueño de alguien superior no muy bien conocido; 6°, el mundo es una compleja concatenación de causas y efectos: modificada una causa, por remota que sea, resulta modificada y confundida una multitud imprevisible de efectos; 7°, una persona que no pudiera olvidar, moriría por el excesivo peso de sus recuerdos; 8°, una literatura difiere de otra más por la distinta manera de ser leída e interpretada, que por las diferencias de sus textos, 9°, el coraje, primera virtud de los argentinos.
c) Caos y orden.
“No sabemos qué cosa es el universo” (Otras inquisiciones). La visión del mundo como algo impenetrable y, más a menudo, como algo caótico, aparece por igual en sus ensayos y en sus relatos. La inteligencia humana, glosa Alazraki, no puede reconstruir un orden que no existe o que, si existe, está regido por leyes divinas, inaccesibles a la inteligencia de los hombres. Esa concepción inspira relatos felices de Borges, recogidos en el volumen de Ficciones, sobre todo en La biblioteca de Babel, y La lotería de Babilonia, aunque el tema no es ajeno a otros títulos.
No obstante la impenetrabilidad del mundo, Borges valora los esfuerzos de sucesivas generaciones de hombres encaminados a encontrar un orden, por mas que estén condenados al fracaso. Tiene un cierto conocimiento de las doctrinas y la historia filosóficas, pero se alinea con los escépticos, para quienes la historia de la filosofía es la de los fracasos de los hombres en su búsqueda de la verdad y de la sabiduría absolutas. Caos del universo (imposibilidad para el hombre de conocer su orden interno) y el prurito de la inteligencia humana de ponerle orden, serían ordenada y abscisa de la temática borgeana. De la visión caótica del mundo emerge la imagen del laberinto, favorita de Borges.
“No sabemos qué cosa es el universo” (Otras inquisiciones). La visión del mundo como algo impenetrable y, más a menudo, como algo caótico, aparece por igual en sus ensayos y en sus relatos. La inteligencia humana, glosa Alazraki, no puede reconstruir un orden que no existe o que, si existe, está regido por leyes divinas, inaccesibles a la inteligencia de los hombres. Esa concepción inspira relatos felices de Borges, recogidos en el volumen de Ficciones, sobre todo en La biblioteca de Babel, y La lotería de Babilonia, aunque el tema no es ajeno a otros títulos.
No obstante la impenetrabilidad del mundo, Borges valora los esfuerzos de sucesivas generaciones de hombres encaminados a encontrar un orden, por mas que estén condenados al fracaso. Tiene un cierto conocimiento de las doctrinas y la historia filosóficas, pero se alinea con los escépticos, para quienes la historia de la filosofía es la de los fracasos de los hombres en su búsqueda de la verdad y de la sabiduría absolutas. Caos del universo (imposibilidad para el hombre de conocer su orden interno) y el prurito de la inteligencia humana de ponerle orden, serían ordenada y abscisa de la temática borgeana. De la visión caótica del mundo emerge la imagen del laberinto, favorita de Borges.
d) El Universo como sueño o libro de Dios.
La concepción del mundo como sueño de Dios es una doctrina budista y constituye otro de los temas clave de la narrativa de Borges. Una idea complementaria a la del sueño es la de presentar el universa como libro de Dios: todo está escrito en él; previsto o querido por Alguien en un momento anterior. Supone una actitud fatalista.
A las concepciones budista y fatalista enunciadas hay que añadir la consideración literaria que Borges tiene de la doctrina idealista de tantos filósofos europeos: “el mundo es la idea que yo tengo del mundo”; “el mundo deja de ser en cuanto yo dejo de pensarlo”; “puedo pensar un mundo distinto que el que conozco por los sentidos, que no es menos real que éste”. Esto da lugar a relatos tan densos como Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, del libro Ficciones: un mundo coherente, casi perfecto, pero inventado.
En este apartado cabe la mención de Schopenhauer —del que Borges es “lector apasionado”— y su concepción voluntarista del mundo, en la que la realidad importa menos que la voluntad de hacerla.
La concepción del mundo como sueño de Dios es una doctrina budista y constituye otro de los temas clave de la narrativa de Borges. Una idea complementaria a la del sueño es la de presentar el universa como libro de Dios: todo está escrito en él; previsto o querido por Alguien en un momento anterior. Supone una actitud fatalista.
A las concepciones budista y fatalista enunciadas hay que añadir la consideración literaria que Borges tiene de la doctrina idealista de tantos filósofos europeos: “el mundo es la idea que yo tengo del mundo”; “el mundo deja de ser en cuanto yo dejo de pensarlo”; “puedo pensar un mundo distinto que el que conozco por los sentidos, que no es menos real que éste”. Esto da lugar a relatos tan densos como Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, del libro Ficciones: un mundo coherente, casi perfecto, pero inventado.
En este apartado cabe la mención de Schopenhauer —del que Borges es “lector apasionado”— y su concepción voluntarista del mundo, en la que la realidad importa menos que la voluntad de hacerla.
Una muestra literaria del "todo está escrito" aparece en la narración El muerto, incluida en El Aleph: Otálora intenta suplantar al jefe de la cuadrilla. Este, nos enteramos al final, ha conocido las intenciones de Otálora desde el principio, pero le ha dejado hacer. Otálora descubre con amargura que todo lo que ha tramado y ejecutado estaba previsto en el plan del jefe Bandeira, de quien dice Borges en el epílogo de EL Aleph que es “una tosca divinidad”.
e) Panteísmo.
Borges recoge de una u otra doctrina filosófica aquello en lo que intuye mejores posibilidades narrativas. Del panteísmo, según la enunciación de Plotino, hace suya la siguiente formulación: “Todo está en todas partes y cualquier cosa es todas las cosas”. Una manifestación de panteísmo, presentado literariamente, es la afirmación de que un hombre es los otros hombres con muchas variantes. En El Aleph hay un relato significativo: Los teólogos, en el que disputan y mueren dos teólogos antagonistas. He aquí el final del relato: “... en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”. Un tratamiento análogo recibe la Historia del guerrero y de la cautiva. La confusión deliberada de personalidades como reflejo panteísta (“cada hombre es un órgano que crea la divinidad para sentir al mundo”, cita Borges en el relato de Los teólogos) aparece al menos en dos cuentos de Ficciones: La forma de la espada y Acercamiento a Almotasim. Es sabido que el panteísmo, en la historia del pensamiento, deriva con facilidad hacia el ateísmo; hacia esa forma de ateísmo que consiste en negar un Dios personal e inteligente: “Dios no es nadie para ser todos”. En algún relato aparece como eje otra idea conectada con el pensar panteísta: la idea de que Dios, para serlo, debió borrarse o perder su identidad: “Dios es la nada primordial, no es nadie para ser todos”. Y una consecuencia de esa idea: “un (posible) solo inmortal es todos los hombres”. Este es el eje intelectual de El inmortal, relato que forma parte de El Aleph y que Borges considera la pieza más trabajada de todas las que componen el libro: el protagonista, que ha alcanzado la inmortalidad, ha perdido su identidad individual y ahora puede ser todos los personajes históricos. Con la eliminación de la identidad, la individualidad es sólo aparente. Incluso “Judas puede ser Jesús” en el paradójico e irreverente relato Tres versiones de Judas, recogido en Ficciones.
Un reflejo estilístico de la confusión de identidades es la deliberada mezcla de géneros, grata a Borges: relatos que parecen ensayos; una investigación policial que sigue un proceso cabalístico (La muerte y la brújula), o la combinación de personas existentes con otras ficticias.
Borges recoge de una u otra doctrina filosófica aquello en lo que intuye mejores posibilidades narrativas. Del panteísmo, según la enunciación de Plotino, hace suya la siguiente formulación: “Todo está en todas partes y cualquier cosa es todas las cosas”. Una manifestación de panteísmo, presentado literariamente, es la afirmación de que un hombre es los otros hombres con muchas variantes. En El Aleph hay un relato significativo: Los teólogos, en el que disputan y mueren dos teólogos antagonistas. He aquí el final del relato: “... en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”. Un tratamiento análogo recibe la Historia del guerrero y de la cautiva. La confusión deliberada de personalidades como reflejo panteísta (“cada hombre es un órgano que crea la divinidad para sentir al mundo”, cita Borges en el relato de Los teólogos) aparece al menos en dos cuentos de Ficciones: La forma de la espada y Acercamiento a Almotasim. Es sabido que el panteísmo, en la historia del pensamiento, deriva con facilidad hacia el ateísmo; hacia esa forma de ateísmo que consiste en negar un Dios personal e inteligente: “Dios no es nadie para ser todos”. En algún relato aparece como eje otra idea conectada con el pensar panteísta: la idea de que Dios, para serlo, debió borrarse o perder su identidad: “Dios es la nada primordial, no es nadie para ser todos”. Y una consecuencia de esa idea: “un (posible) solo inmortal es todos los hombres”. Este es el eje intelectual de El inmortal, relato que forma parte de El Aleph y que Borges considera la pieza más trabajada de todas las que componen el libro: el protagonista, que ha alcanzado la inmortalidad, ha perdido su identidad individual y ahora puede ser todos los personajes históricos. Con la eliminación de la identidad, la individualidad es sólo aparente. Incluso “Judas puede ser Jesús” en el paradójico e irreverente relato Tres versiones de Judas, recogido en Ficciones.
Un reflejo estilístico de la confusión de identidades es la deliberada mezcla de géneros, grata a Borges: relatos que parecen ensayos; una investigación policial que sigue un proceso cabalístico (La muerte y la brújula), o la combinación de personas existentes con otras ficticias.
f) El microcosmos panteísta.
El panteísmo permite otra derivación si, en lugar de a las personas, lo aplicamos a las cosas: "cualquier cosa es todas las cosas" (en Historia de la Eternidad). Tres relatos contenidos en El Aleph recogen el tema del microcosmos traducido en tres imágenes: el “Aleph” de los judíos místicos de la Cábala, la “Rueda” de las religiones del Indostán, el “Zahir” del Islam. La representación de cada uno de esos tres símbolos —símbolos para Borges de Dios, del Universo— puede darse en cualquier cosa: en los tres cuentos mencionados se dan, de hecho, en una moneda, en una esfera, en las rayas de un tigre. Borges ha extraído de tres religiones no cristianas la hilaza para tejer sus ficciones, mostrando así que de dichas doctrinas sólo le interesa el valor estético o el aspecto misterioso que encierran. Buena parte de la peculiaridad de Borges reside, como hemos visto, en hacer literatura con las doctrinas de la filosofía y la teología.
Así como todo el universo puede estar contenido en un punto, todo destino puede estar cifrado en un instante: Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1827‑1874) es una muestra de esta idea: la clave de la vida del personaje está en un momento de cierta noche en que, enfrentado a Martín Fierro, comprende su destino de forajido y “acatando ese destino, arroja su gorro de soldado y se pone a pelear junto al desertor contra la milicia”. En el volumen Ficciones hay dos relatos que participan igualmente de esa noción: El fin y El milagro secreto. En este último cuento, la razón de ser de la vida de un dramaturgo descansa en el hecho de que pueda terminar su drama. El instante necesario para conseguirlo (que para el interesado es un año y para el reloj un segundo) justifica su vida.
g) El tiempo.
Un minuto puede cifrar la eternidad: la base filosófica de este aserto está en las paradojas de Zenón, recogidas por Borges a través de varios autores: "William James niega que puedan transcurrir catorce minutos, porque antes es obligatorio que hayan pasado siete, y antes de siete, tres minutos y medio, un minuto y tres cuartos, y así hasta el fin, hasta el invisible fin, por tenues laberintos del tiempo" (Otras inquisiciones).
La paradoja es muy del gusto de Borges, lector de los filósofos idealistas y amigo de encontrar aspectos insólitos al mundo. Le gusta “crear irrealidades que confirmen el carácter alucinatorio del mundo, como es doctrina de todos los idealistas”. El tiempo, tema de poetas y de metafísicos, lo es también del Borges ensayista (Nueva refutación del tiempo) y literato. Prefiere, entre otros esquemas temporales posibles, el del tiempo cíclico circular; las cosas se repiten en el tiempo, no de forma idéntica, sino análoga.
Aparte de la importancia que alcanza en El inmortal, aunque no es el tema principal de ese relato, el tema del tiempo se hace motivo central en Un hombre en el umbral (el pasado es preanuncio del presente hasta confundirse ambos) y, dentro de Ficciones, en Tema del traidor y del héroe. Es también un subtema presente en la mayoría de las piezas.
h) La ley de la causalidad.
Continuando en la órbita de esa concepción que llamamos panteísta, encontramos otra nota borgeana que bien podría ser uno más de sus corolarios: infinitas causas han debido converger a lo largo de los siglos para producir un solo efecto. La extraña complejidad del mundo se manifiesta también en el entramado de acciones y sucesiones que confluyen en cada objeto, en cada momento. Cuenta Borges que al pintor Whistler le preguntaron el tiempo que había necesitado para pintar uno de sus nocturnos. “Toda mi vida”, fue la respuesta. “Con igual rigor —apostilla Borges— pudo haber dicho que había requerido los siglos que precedieron al momento en que lo pintó” (en Discusión). El enunciado anterior y la anécdota de Whistler sugieren a Borges una porción de posibilidades literarias, algunas de ellas de elevado efecto paradójico. “Para el cristiano la vida y la muerte de Cristo son el acontecimiento central de la historia del mundo (...). Quizá el hierro fue creado para los clavos y las espinas para la corona de escarnio y la sangre y el agua para la herida” (en Otras inquisiciones). Alazraki encuentra como tema dominante en algunas piezas la ley de la causalidad y sus consecuencias.
El panteísmo permite otra derivación si, en lugar de a las personas, lo aplicamos a las cosas: "cualquier cosa es todas las cosas" (en Historia de la Eternidad). Tres relatos contenidos en El Aleph recogen el tema del microcosmos traducido en tres imágenes: el “Aleph” de los judíos místicos de la Cábala, la “Rueda” de las religiones del Indostán, el “Zahir” del Islam. La representación de cada uno de esos tres símbolos —símbolos para Borges de Dios, del Universo— puede darse en cualquier cosa: en los tres cuentos mencionados se dan, de hecho, en una moneda, en una esfera, en las rayas de un tigre. Borges ha extraído de tres religiones no cristianas la hilaza para tejer sus ficciones, mostrando así que de dichas doctrinas sólo le interesa el valor estético o el aspecto misterioso que encierran. Buena parte de la peculiaridad de Borges reside, como hemos visto, en hacer literatura con las doctrinas de la filosofía y la teología.
Así como todo el universo puede estar contenido en un punto, todo destino puede estar cifrado en un instante: Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1827‑1874) es una muestra de esta idea: la clave de la vida del personaje está en un momento de cierta noche en que, enfrentado a Martín Fierro, comprende su destino de forajido y “acatando ese destino, arroja su gorro de soldado y se pone a pelear junto al desertor contra la milicia”. En el volumen Ficciones hay dos relatos que participan igualmente de esa noción: El fin y El milagro secreto. En este último cuento, la razón de ser de la vida de un dramaturgo descansa en el hecho de que pueda terminar su drama. El instante necesario para conseguirlo (que para el interesado es un año y para el reloj un segundo) justifica su vida.
g) El tiempo.
Un minuto puede cifrar la eternidad: la base filosófica de este aserto está en las paradojas de Zenón, recogidas por Borges a través de varios autores: "William James niega que puedan transcurrir catorce minutos, porque antes es obligatorio que hayan pasado siete, y antes de siete, tres minutos y medio, un minuto y tres cuartos, y así hasta el fin, hasta el invisible fin, por tenues laberintos del tiempo" (Otras inquisiciones).
La paradoja es muy del gusto de Borges, lector de los filósofos idealistas y amigo de encontrar aspectos insólitos al mundo. Le gusta “crear irrealidades que confirmen el carácter alucinatorio del mundo, como es doctrina de todos los idealistas”. El tiempo, tema de poetas y de metafísicos, lo es también del Borges ensayista (Nueva refutación del tiempo) y literato. Prefiere, entre otros esquemas temporales posibles, el del tiempo cíclico circular; las cosas se repiten en el tiempo, no de forma idéntica, sino análoga.
Aparte de la importancia que alcanza en El inmortal, aunque no es el tema principal de ese relato, el tema del tiempo se hace motivo central en Un hombre en el umbral (el pasado es preanuncio del presente hasta confundirse ambos) y, dentro de Ficciones, en Tema del traidor y del héroe. Es también un subtema presente en la mayoría de las piezas.
h) La ley de la causalidad.
Continuando en la órbita de esa concepción que llamamos panteísta, encontramos otra nota borgeana que bien podría ser uno más de sus corolarios: infinitas causas han debido converger a lo largo de los siglos para producir un solo efecto. La extraña complejidad del mundo se manifiesta también en el entramado de acciones y sucesiones que confluyen en cada objeto, en cada momento. Cuenta Borges que al pintor Whistler le preguntaron el tiempo que había necesitado para pintar uno de sus nocturnos. “Toda mi vida”, fue la respuesta. “Con igual rigor —apostilla Borges— pudo haber dicho que había requerido los siglos que precedieron al momento en que lo pintó” (en Discusión). El enunciado anterior y la anécdota de Whistler sugieren a Borges una porción de posibilidades literarias, algunas de ellas de elevado efecto paradójico. “Para el cristiano la vida y la muerte de Cristo son el acontecimiento central de la historia del mundo (...). Quizá el hierro fue creado para los clavos y las espinas para la corona de escarnio y la sangre y el agua para la herida” (en Otras inquisiciones). Alazraki encuentra como tema dominante en algunas piezas la ley de la causalidad y sus consecuencias.
i ) Resumen.
En resumen, Borges trabaja sus argumentos como si se tratara de parábolas de la realidad. Son historias determinadas, sí, pero tienen a la vez el valor de símbolos —algo genérico y universal— o de alegorías. Muchos de sus cuentos admiten interpretaciones filosóficas, sin perder en ningún momento su propio valor como relato de intriga, historia personal o pieza literaria de cualquier género. Muchos lectores satisfarán su gusto por la lectura con los brillantes tratamientos, en los que la concisión del estilo potencia el efecto sorprendente de historias emocionantes. Para ellos, Borges será, sin necesidad de mayores consideraciones, un magnífico fabulador. Lectores más reflexivos quizá descubran implicaciones intelectuales de más vasto alcance. Para Alazraki, la clave de esas implicaciones sería un relativismo que arranca del escepticismo esencial profesado por Borges.
II. RESUMEN DE “EL ALEPH”
Consta de dieciocho relatos de diferente factura y extensión, más un epílogo en el que Borges explica las circunstancias de composición de cada pieza y apunta ciertas claves interpretativas. El libro está fechado en 1948, año de su primera edición, cuyos relatos habían ido apareciendo en revistas durante los años anteriores. Para la reedición de 1952, considerada definitiva, Borges incorporó cuatro nuevos relatos. Pasamos ahora a un breve resumen de cada título incluido en El Aleph.
El inmortal
Es el cuento más extenso del volumen y el primero de la colección. Bastante complejo, refleja algunos de los puntos de vista del autor. Las cinco partes de que consta están enmarcadas mediante una entradilla al comienzo (además, una cita de Bacon) y, al final, una “postdata de 1950”. Por el párrafo previo sabemos que El inmortal es la traducción literal (estamos ante una típica ficción borgeana) del manuscrito que apareció entre las páginas de una edición de la Ilíada, vendida en 1929 por el anticuario londinense Joseph Cartaphilus.
I parte: En primera persona, el tribuno de Diocleciano llamado Marco Flaminio Rufo narra su peregrinación en busca de la ciudad de los inmortales. II parte: Después de innumerables peripecias (travesía por el territorio de los sátiros; de los trogloditas, abandono por parte de sus servidores) avista la ciudad buscada y se introduce en ella por intrincados laberintos. “Horriblemente me habitué a ese dudoso mundo consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan". Ha llegado a la ciudad, exánime, casi alucinado. "Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increíble; me suspendió lo antiquísimo de su fábrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la tierra”. A esa sensación se agregan otras: “La de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato (...). Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo...”. El nuevo inmortal pronto se hastía y opta por regresar. III parte: A la salida se encuentra a un troglodita que le había acompañado en su última etapa hacia los muros de la ciudad. Estaba allí manso y silencioso. “Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos” ininteligibles. Marco Rufo intenta enseñar a hablar al troglodita, pero es en vano. Una madrugada llueve en el desierto. El troglodita reacciona ante la lluvia y balbucea un verso de Homero. “Le pregunté que sabía de la Odisea. La práctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta. Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé”. IV parte: “Todo me fue dilucidado, aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales”. El texto, en esta parte, casi elimina la narración y presenta el aspecto de una paradójica reflexión acerca de la inmortalidad. "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”. Apunta algunas de las consecuencias de la inmortalidad hipotética en la tierra: para un hombre inmortal, es decir, eterno, “lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres”. V parte: “Recorrí nuevos reinos, nuevos imperios”. En Eritrea bebe agua de cierto caudal y recupera, "incrédulo, silencioso y feliz” la condición mortal. Antes de terminar, el hombre que alcanzó la inmortalidad y luego renunció a ella, revisa su manuscrito; intuye que se han mezclado palabras de más de una personalidad: “No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolo de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto”.
El muerto
Benjamín Otálora, un muchacho de los suburbios de Buenos Aires, se enrola en la partida de Azevedo Bandeira, contrabandista uruguayo, para huir de la justicia.
Otálora, que es valiente, codicia la jefatura de Azevedo. Parece que, después de una serie de tanteos progresivos, ha conseguido desbancar al jefe, pero no es así. En una noche de exultación para toda la cuadrilla, y a la vista de todos, Azevedo ordena la ejecución de Benjamín. “Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto”.
El cuento ocupa cinco páginas escritas en tercera persona. Adopta la forma expresiva de esbozo de una biografía: “Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil”.
Los teólogos
Un comienzo deliberadamente abrupto alude a la destrucción por los hunos de cierta biblioteca monástica, durante la Edad Media. Se salva un fragmento de la Civitas Dei en el que se alude al carácter repetitivo y cíclico de la historia y el tiempo (ése será el esquema intelectual que dé consistencia al cuento). “Un siglo después, Aureliano...”. Quince líneas abajo del arranque de la pieza, dentro del mismo párrafo, comienza propiamente el relato, con la descripción de una herejía que “profesaba que la historia es un círculo y que nada es que no haya sido y que no será”, y con la mención de los dos teólogos que intentaban refutar ese error. Se trata del coadjutor Aureliano y de Juan de Panomia. La inteligente refutación de la herejía lograda por Juan de Panomia humilla una vez más a Aureliano. “Militaban los dos en el mismo ejército, anhelaban el mismo galardón, guerreaban contra el mismo enemigo, pero Aureliano no escribió una palabra que inconfesablemente no propendiera a superar a Juan”. Pasa el tiempo y ha aparecido una nueva herejía, la de los histriones. Borges presenta una porción de puntos de sus contradictorias doctrinas. Esos herejes pervierten la interpretación de algunos textos bíblicos: “invocaron a Mateo 6,12 (‘perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores’) y 11,12 (‘el reino de los cielos padece fuerza’) para demostrar que la tierra influye en el cielo, y a I Corintios 13,12 (‘vemos ahora por espejo, en oscuridad') para demostrar que lo que vemos es falso”. Aureliano refuta la nueva herejía. Sin poderlo evitar, involucra desafortunadamente a Juan de Panomia en la censura; Éste sufre proceso “por profesar opiniones heréticas” y acaba condenado a morir en la hoguera. Algún tiempo después, por accidente, Aureliano muere abrasado, como su adversario. El cuento termina afirmando que “en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panomia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”.
En este cuento se presenta uno de los motivos borgeanos: las disquisiciones teológicas (en el cuento, la refutación de dos herejías inventadas) le permiten fabular un relato adobado con un sinnúmero de citas, falsas unas y auténticas otras. La teología, según Borges, sería un juego ingenioso de palabras con impensadas consecuencias.
Historia del guerrero y de la cautiva
Borges asegura haber encontrado en un libro de Benedetto Croce la alusión a Droctulf, un guerrero longobardo que, en el cerco de Rávena, habría pasado de atacante a defensor de la ciudad italiana. “Ni siquiera sé en qué tiempo ocurrió (...). (este no es un trabajo histórico). Imaginemos lo primero (siglo VII)”.
Borges decide historiar, “no al individuo Droctulf, que sin duda fue único e insondable (todos los individuos lo son), sino al tipo genérico que de él ha hecho la tradición, que es obra del olvido y de la memoria”. Así, en 20 líneas imagina cómo pudo haber sido el tipo‑Droctulf: rasgos fisionómicos, creencias, el asombro ante Rávena, la decisión de cambiar de bando. “Muchas conjeturas cabe aplicar al acto de Droctulf la mía es la más económica; si no es verdadera como hecho, lo será como símbolo”.
La historia del guerrero evoca a Borges otra historia que oyó contar a su abuela, inglesa casada "con mi abuelo Borges (que) era jefe de las fronteras norte y oeste de Buenos Aires y Sur de Santa Fe". Había otra inglesa en aquel rincón perdido: la hija de unos emigrantes de Yorkshire, huérfana y recogida por los indios. Se había adaptado a la vida indígena hasta el extremo de rechazar la oferta que le hace la abuela Borges de regresar a la civilización urbana.
Borges aúna el sentido de las dos historias, la del guerrero longobardo y la de la inglesita cautiva: “a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar”. Y concluye: “Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales”.
Este relato sería un ejemplo de una de las ideas filosóficas a las que Borges saca partido literario: la idea panteísta de que todas las sustancias son, en último término, una sola, y, en consecuencia, todos los sucesos no son a la postre sino un solo acontecimiento.
Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829‑1847)
“El seis de febrero de 1829, los montoneros que...”. Con esta precisión, comienza la mención esquemática del origen, nacimiento e historia de Tadeo Isidoro, el llanero argentino que, “en un mundo de barbarie monótona” fue soldado, prófugo, agricultor, sargento de la policía rural... “Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen sólo me interesa una noche”. El sargento Tadeo Isidoro Ruiz y sus hombres han cercado a un asesino reclamado por la justicia. Tadeo, “mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad) empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva dentro”. Y concluye el relato (apenas tres páginas) con un desenlace sorprendente: “Cruz arrojó por tierra el quepis (...) y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro".
“El seis de febrero de 1829, los montoneros que...”. Con esta precisión, comienza la mención esquemática del origen, nacimiento e historia de Tadeo Isidoro, el llanero argentino que, “en un mundo de barbarie monótona” fue soldado, prófugo, agricultor, sargento de la policía rural... “Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen sólo me interesa una noche”. El sargento Tadeo Isidoro Ruiz y sus hombres han cercado a un asesino reclamado por la justicia. Tadeo, “mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad) empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva dentro”. Y concluye el relato (apenas tres páginas) con un desenlace sorprendente: “Cruz arrojó por tierra el quepis (...) y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro".
Borges ha aislado un personaje secundario del poema de José Hernández para hacer de él símbolo de uno de sus motivos preferidos: el sentido de una vida cabe en un instante clave. Más aún: toda la vida está contenida en cada uno de sus instantes, “porque los actos son nuestro símbolo”. “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento; el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".
Emma Zunz
Con el ingrediente de “suspense” propio de los relatos de intriga, a los que Borges es aficionado, se relata en cinco páginas la venganza de que Emma Zunz hace objeto a quien había provocado la deshonra de su padre. El autor de la felonía —aludida, pero nunca nombrada, de acuerdo con la economía narrativa de Borges— es un compatriota de los Zunz en Buenos Aires (la condición de descendientes de alemanes es también simplemente sugerida y no explicada), dueño actual de la fábrica en la que Emma está empleada. Sólo ella conoce el agravio y urde el plan con rapidez y frialdad inmediatamente después de conocer la noticia del suicidio de su padre, poniendo todos los medios para quedar impune. “No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan”. Lo conoceremos a medida que lo vaya llevando a cabo.
Emma concierta una entrevista a solas con Loewenthal, el propietario, y dispara sobre él. Alegará ante la justicia, y será creída, que se defendió con el revó1ver porque el jefe Loewenthal quiso abusar de ella.
Contrasta la magnitud del sentimiento de Emma (“porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo y seguiría sucediendo sin fin”) con la frialdad que muestra para tramar y ejecutar su plan: Emma provoca su propia violación por un tercero, para hacer verosímil su alegato de haber sido víctima de un atropello por parte de Loewenthal. Ese ingrediente del relato es referido con asepsia intelectual.
La casa de Asterión
Alguien llamado Asterión cuenta (o piensa) en primera persona la sorprendente confesión que lleva el título del cuento.
“Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura"; así comienza el relato. Parece que habla un intelectual. “El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres (...). Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer”. Luego es analfabeto...: “Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo mareado”. “Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo”. “Uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor".
Las dos últimas líneas, en estilo indirecto, dan el desenlace y la clave del cuento. “Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. ¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotáuro apenas se defendió”.
Borges ha presentado desde un punto de vista insó1ito un tema mitológico (el monstruo Asterión, medio hombre, medio toro) desconcertando al lector con su juego literario.
La otra muerte
A Borges, que aparece explícitamente como autor de esta compleja pieza, le comunican el fallecimiento de don Pedro Damián, antiguo combatiente en la batalla de Masoller, episodio de las guerras de principio de siglo entre Argentina y Uruguay. “La fiebre y la agonía del entrerriano (Pedro Damián) me sugirieron un relato fantástico sobre la derrota de Masoller”. En busca de datos, Borges se entrevista con el viejo coronel Tabares, que participó en la refriega. Entre otras cosas, el coronel recuerda que Pedro Damián flaqueó en el combate. Borges se siente decepcionado. “Yo hubiera preferido que los hechos no ocurrieran así. Con el viejo Damián, entrevisto una tarde, hace muchos años, yo había fabricado sin proponérmelo, una suerte de ídolo; la versión de Tabares lo destrozaba".
A Borges, que aparece explícitamente como autor de esta compleja pieza, le comunican el fallecimiento de don Pedro Damián, antiguo combatiente en la batalla de Masoller, episodio de las guerras de principio de siglo entre Argentina y Uruguay. “La fiebre y la agonía del entrerriano (Pedro Damián) me sugirieron un relato fantástico sobre la derrota de Masoller”. En busca de datos, Borges se entrevista con el viejo coronel Tabares, que participó en la refriega. Entre otras cosas, el coronel recuerda que Pedro Damián flaqueó en el combate. Borges se siente decepcionado. “Yo hubiera preferido que los hechos no ocurrieran así. Con el viejo Damián, entrevisto una tarde, hace muchos años, yo había fabricado sin proponérmelo, una suerte de ídolo; la versión de Tabares lo destrozaba".
La inquisición de nuevos datos para el relato lleva a Borges de nuevo junto a Tabares, a quien en esta ocasión acompaña otro antiguo combatiente de Masoller. Este sujeto, inexplicablemente, presenta una versión del comportamiento de Damián en Masoller completamente distinta: fue un héroe. “Damián iba en la punta, gritando, y una bala lo acertó en pleno pecho (...). Estaba muerto y la última carta de Masoller le pasó por encima. Tan valiente y no había cumplido veinte años”. El coronel Tabares, por su parte, en esa misma velada, ha olvidado por completo a Damián. Y no es el único en haber olvidado la existencia del viejo soldado: lo mismo ha sucedido a la persona que comunicó a Borges el fallecimiento de don Pedro Damián. “Preguntó quién era Damián. Se lo dije, en vano. Con un principio de terror advertí que me oía con extrañeza...”.
¿Cuál es la realidad? ¿Cuándo y cómo murió don Pedro Damián?. “Paso ahora a las conjeturas”, prosigue Borges al comienzo de la segunda fase del relato. Apunta la explicación “verdadera (la que hoy creo la verdadera) que a la vez es más simple y más inaudita. De un modo casi mágico la descubrí en el tratado De omnipotentia, de Pier Damiani, a cuyo estudio me llevaron dos versos del canto XXI del Paradiso, que planteaban precisamente un problema de identidad. En el quinto capítulo de aquel tratado, Pier Damiani sostiene, contra Aristóteles y contra Fredegario de Tours, que Dios puede efectuar que no haya sido lo que alguna vez fue. Leí esas viejas discusiones teológicas y...”. Borges conjetura que Don Pedro Damián ha dedicado su vida de adulto a borrar el bochorno de su debilidad en la batalla de Masoller. “Pensó con lo más hondo: si el destino me trae otra batalla, yo sabré merecerla (...), y el destino al fin se la trajo, en la hora de su muerte (...). En su agonía revivió su batalla, y se condujo como un héroe y...”. Borges acaba por explicar que, por acción sobrenatural, el delirio de Damián en su agonía se convierte en real y modifica el pasado. Pero “modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea con otras palabras, es crear dos historias universales”. Borges ha introducido en la insólita historia de don Pedro Damián otro de los temas característicos de su cosmovisión: la ley de la causalidad y sus casi infinitas consecuencias. Para que Damián haya sido un héroe en la “segunda versión” de la historia, ha sido preciso que quienes lo conocieron olviden la historia en la “primera versión”.
Deutsches Requiem
Otto Dietrich zur Linde redacta una a modo de confesión la víspera de su ejecución. “Uno de mis antepasados, Christoph zur Linde, murió en la carga de caballería que decidió la victoria de Zorndorf (...). En cuanto a mí, seré fusilado por torturador y asesino. El tribunal ha procedido con rectitud; desde el principio, yo me he declarado culpable”. “No pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en mí, pero quiero ser comprendido”. Es la exculpación de un nazi que conserva una fe inalterable en la bondad de su causa, más allá de la derrota propia. “Nací en Marienburg, en 1908. Dos pasiones, ahora casi olvidadas, me permitieron afrontar con valor, y aun con felicidad, muchos años infaustos: la música y la metafísica”. Elogia a Brahms y Schopenhauer; también a Shakespeare, “otro vasto nombre germánico” (obsérvese el desplazamiento del calificativo “vasto”, que pasa de ser referido a la obra del dramaturgo, al nombre del autor. Es un procedimiento estilístico frecuente en Borges). “Hacia 1927 entré en el Partido”.
Reflexiona acerca del sentido del nazismo: “Comprendí, sin embargo, que estábamos al borde de un tiempo nuevo y que ese tiempo, comparable a las épocas iniciales del Islam o del Cristianismo, exigía hombres nuevos”. Acepta un cargo en el campo de concentración de Tarnoitz. “El ejercicio de ese cargo no me fue grato, pero no pequé nunca de negligencia”. Sobreponiéndose a un movimiento de piedad, consiente en la persecución y tortura “del insigne poeta David Jerusalem”, convencido como está de la legitimidad de su causa y de los medios para implantarla: “El nazismo, intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestirse el nuevo”. La derrota de Alemania provoca, paradójicamente, “el misterioso y casi terrible sabor de la felicidad” en zur Linde. "Ensayé diversas explicaciones (...) hasta dar con la verdadera". Entretejiéndolo con menciones de Aristóteles y Platón, zur Linde expresa su consuelo al considerar que nada es trivial en la historia del mundo. Incluso la dolorosa destrucción de Alemania es necesaria para la consolidación del nazismo. “Muchas cosas hay que destruir para edificar el nuevo orden; ahora sabemos que Alemania era una de esas cosas. Hemos dado algo más que nuestras vidas, hemos dado la suerte de nuestro querido país”. Detrás de tan bella muestra de abnegación, permanece muy fuerte la fe nazi; “El mundo se moría de judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada. Esa espada nos mata (...). Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas”.
La busca de Averroes
En Córdoba, donde trabaja en el comentario a las obras de Aristóteles, “una leve preocupación empañó la felicidad de Averroes (...): la víspera, dos palabras dudosas lo habían detenido en el principio de la Poética. Esas palabras eran Tragedia y comedia (...); nadie, en el ámbito del Islam, barruntaba lo que querían decir. Vanamente había fatigado las páginas de..." (“vanamente”, “fatigado” son dos términos frecuentes en Borges: manifiestan, por una parte, su gusto por un léxico moderadamente culto y, por otra, el efecto de laconismo, precisión, intensidad y abstracción, en el empleo del participio “fatigado”, referido a las páginas de un libro y no a Averroes, que es el realmente fatigado por la búsqueda).
En la noche de ese mismo día, Averroes asiste a una cena de intelectuales. Se habla de poesía, de rosas, del Corán. Un viajero detalla una de las maravillas que ha visto en sus viajes; el lector adivina progresivamente que lo que el recién llegado está describiendo por alusiones es, justamente, lo que Averroes necesita conocer para no malinterpretar a Aristóteles: una representación teatral. “Las personas de esa terraza tocaban el tambor y el laúd, salvo unas quince o veinte, (con máscaras de color carmesí) que rezaban, cantaban y dialogaban. Padecían prisiones, y nadie veía la cárcel; cabalgaban, pero no se percibía el caballo; combatían, pero las espadas eran de caña; morían, y después estaban en pie”. El viajero no llegó a saber cómo se llamaba tan extraña actuación, ni Averroes lo intuye.
El cuento, rico en alusiones simbó1icas, noveliza aspectos de la vida intelectual; por debajo de la anécdota —la aproximación a nosotros del sabio musulmán; la animada tertulia cordobesa— se narra “el proceso de una derrota”, como dice el propio Borges al final del cuento. La derrota de Averroes, “que encerrado en el círculo del Islam, nunca pudo saber el significado de las voces tragedia y comedia. Pero también es la derrota del propio Borges. “Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes”. Borges habría novelado dos “absurdos” tópicos: la imposibilidad de imaginar un hombre, porque tal tarea exigiría un número de biografías que no agotarían jamás la infinitud de esa vida; y la inevitabilidad de un orden férreo, en el que un efecto (las nociones de tragedia y comedia, en el cuento) presupone un número infinito de causas (la noción previa de teatro).
El Zahir
Completa, junto a La escritura del dios y El Aleph, el trío de relatos tejidos en torno al tema del microcosmos panteísta. Enmarcado en una historia trivial —la de Teodolina Villar—, Borges desarrolla un tema transcendente: algún objeto del universo tiene propiedades absolutas. Protagonista de su propio cuento, Borges lo escribe cuando “aún, siquiera parcialmente, soy Borges”. Se resume a continuación el contenido del cuento, párrafo por párrafo:
1. Enumeración de las distintas apariencias que el Zahir ha tomado a lo largo de la historia y de la geografía.
2. Brusca introducción del tema Teodolina Villar: “El seis de junio murió Teodolina Villar”. Descripción irónica de la muchacha, bella, insustancial, seguidora servil de la moda.
3. Descripción del velatorio de Teodolina, sin que falte alguna observación genérica, como es frecuente en el autor: “En los velorios, el progreso de la corrupción hace que el muerto recupere sus caras anteriores”.
4‑5. A la salida del velatorio, de madrugada, el narrador recibe el Zahir como cambio de la consumición que hace en un bar. Reflexión acerca de las monedas: “Pensé que no hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y en la fábula. Pensé en el óbolo de la viuda; en el óbolo que pidió Belisario; en los treinta dineros de Judas (...)”. Primeras alusiones al influjo del Zahir. (Borges introduce sabiamente los argentinismos dentro del castellano más cosmopolita. En estos dos párrafos hay no menos de seis localismos: 'almacén', por bar; 'truco', juego de taberna; 'cuadra', por manzana de casas; 'vuelto', por vuelta o cambio; 'caña de naranja', etc.).
6‑9. Se desprende de la moneda, en un intento de liberarse de su influjo, que no conocemos todavía con detalle, pero que adivinamos maléfico. El gesto resulta vano: la imagen de la moneda, ahora claramente, le obsesiona y le persigue.
10‑11. Un libro de Julius Barlach le desvela la naturaleza de su mal. En ese libro se mencionan “todos los documentos que se refieren a la superstición del Zahir”, muchos de los cuales son descritos. “Muchas veces leí la monografía de Barlach. No desentraño cuáles fueron mis sentimientos; recuerdo la desesperación cuando comprendí que ya nada me salvaría...” Adivinamos que la naturaleza del maleficio está en la imposibilidad de dejar de pensar en el objeto‑Zahir.
12‑14. Reaparece el tema Teodolina Villar. Es posible que otra persona sea también objeto del maleficio. El tema central es relanzado, ahora de forma narrativa: “El tiempo, que atenúa los recuerdos, agrava el del Zahir. Antes, yo me figuraba el anverso, y después el reverso; ahora, veo simultáneamente los dos”. “Antes del 1948 (...) ya no percibiré el universo, percibiré el Zahir”.
15. Termina el relato con un salto de lo concreto a lo abstracto. “En las horas desiertas de la noche aún puedo caminar por las calles” (el adjetivo 'desiertas', que debería calificar a calles —son las que están sin gente— ha sido desplazado a 'horas'. Es un recurso estilístico llamado hipalage, utilizado a veces por Borges con un sentido muy literario, de efecto desrealizador). El salto a lo abstracto se da en el desenlace. “Quizá yo acabe por gastar el Zahir a fuerza de pensarlo y de repensarlo; quizá detrás de la moneda está Dios”. La moneda es símbolo del universo y, por lo mismo, en cierto modo —dentro de esta óptica—, de Dios.
Completa, junto a La escritura del dios y El Aleph, el trío de relatos tejidos en torno al tema del microcosmos panteísta. Enmarcado en una historia trivial —la de Teodolina Villar—, Borges desarrolla un tema transcendente: algún objeto del universo tiene propiedades absolutas. Protagonista de su propio cuento, Borges lo escribe cuando “aún, siquiera parcialmente, soy Borges”. Se resume a continuación el contenido del cuento, párrafo por párrafo:
1. Enumeración de las distintas apariencias que el Zahir ha tomado a lo largo de la historia y de la geografía.
2. Brusca introducción del tema Teodolina Villar: “El seis de junio murió Teodolina Villar”. Descripción irónica de la muchacha, bella, insustancial, seguidora servil de la moda.
3. Descripción del velatorio de Teodolina, sin que falte alguna observación genérica, como es frecuente en el autor: “En los velorios, el progreso de la corrupción hace que el muerto recupere sus caras anteriores”.
4‑5. A la salida del velatorio, de madrugada, el narrador recibe el Zahir como cambio de la consumición que hace en un bar. Reflexión acerca de las monedas: “Pensé que no hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y en la fábula. Pensé en el óbolo de la viuda; en el óbolo que pidió Belisario; en los treinta dineros de Judas (...)”. Primeras alusiones al influjo del Zahir. (Borges introduce sabiamente los argentinismos dentro del castellano más cosmopolita. En estos dos párrafos hay no menos de seis localismos: 'almacén', por bar; 'truco', juego de taberna; 'cuadra', por manzana de casas; 'vuelto', por vuelta o cambio; 'caña de naranja', etc.).
6‑9. Se desprende de la moneda, en un intento de liberarse de su influjo, que no conocemos todavía con detalle, pero que adivinamos maléfico. El gesto resulta vano: la imagen de la moneda, ahora claramente, le obsesiona y le persigue.
10‑11. Un libro de Julius Barlach le desvela la naturaleza de su mal. En ese libro se mencionan “todos los documentos que se refieren a la superstición del Zahir”, muchos de los cuales son descritos. “Muchas veces leí la monografía de Barlach. No desentraño cuáles fueron mis sentimientos; recuerdo la desesperación cuando comprendí que ya nada me salvaría...” Adivinamos que la naturaleza del maleficio está en la imposibilidad de dejar de pensar en el objeto‑Zahir.
12‑14. Reaparece el tema Teodolina Villar. Es posible que otra persona sea también objeto del maleficio. El tema central es relanzado, ahora de forma narrativa: “El tiempo, que atenúa los recuerdos, agrava el del Zahir. Antes, yo me figuraba el anverso, y después el reverso; ahora, veo simultáneamente los dos”. “Antes del 1948 (...) ya no percibiré el universo, percibiré el Zahir”.
15. Termina el relato con un salto de lo concreto a lo abstracto. “En las horas desiertas de la noche aún puedo caminar por las calles” (el adjetivo 'desiertas', que debería calificar a calles —son las que están sin gente— ha sido desplazado a 'horas'. Es un recurso estilístico llamado hipalage, utilizado a veces por Borges con un sentido muy literario, de efecto desrealizador). El salto a lo abstracto se da en el desenlace. “Quizá yo acabe por gastar el Zahir a fuerza de pensarlo y de repensarlo; quizá detrás de la moneda está Dios”. La moneda es símbolo del universo y, por lo mismo, en cierto modo —dentro de esta óptica—, de Dios.
La escritura del dios
“La cárcel es profunda y de piedra (...). Un muro medianero la corta (...). De un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, que Pedro de Alvarado incendió; del otro, hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio”. “He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla (...). Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía (...). Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso (...): era una de las tradiciones del dios. Éste (...) previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males”. A él le ha de ser revelado el secreto, pero ¿dónde está contenido? “En ese afán estaba cuando recordé que el jaguar era uno de los atributos del dios”. “¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos”. (Se ve de nuevo la referencia a dos tópicos de Borges: cualquier punto del universo —tema que amplía más abajo— los contiene de algún modo a todos; es infinita la serie de causas que confluyen en un solo efecto). Más adelante “ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar (...). Yo vi una rueda altísima que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo (...). Ahí estaban las causas y los efectos y me bastaba ver esa rueda para entenderlo todo, sin fin”. Hace después la enumeración de algunos objetos de la visión, cifra de todo el universo: es una enumeración análoga a la de El Aleph, presente en varias de las poesías de Borges. “…y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre”. “Pero yo sé que nunca diré esas palabras (...); que muera conmigo el misterio (...). Quien ha entrevisto el universo (...) no puede pensar en un hombre, en sus triviales dudas o desventuras, aunque ese hombre sea él”. De esta manera un tanto paradójica, con la renuncia del protagonista‑relator a su propia salvación, termina el relato.
Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto
Dos amigos intelectuales desvelan, en la época actual, el misterio acaecido hace unos años en un extraño laberinto construido en Cornwall por “Abenjacán el Bojarí, caudillo o rey de no sé que tribu nilótica, que murió en la cámara central de esa casa a manos de su primo Zaid. Al cabo de los años, las circunstancias de su muerte siguen oscuras”. Abenjacán se había refugiado en Inglaterra huyendo del fantasma vengador de su primo Zaid, a quien había asesinado para no tener que compartir el tesoro con el que había logrado escapar de las manos de sus antiguos súbditos, ahora rebelados contra los dos primos tiranos. Cierto día arriba a Cornwall una nave exótica. Al poco tiempo el cadáver de Abenjacán aparece, desfigurado, en su recinto.
Una incoherencia en el relato permite a uno de los dos amigos, matemático de profesión, intuir que la historia oficial es falsa. La realidad sería otra: no fue Abenjacán quien se había refugiado en el laberinto, sino Zaid. Éste habría sido, por tanto, el que habría abandonado en África al valiente Abenjacán, llevándose el tesoro; el que habría construido tan extraño edificio —un laberinto— en la costa de Inglaterra; el que, en fin, habría atraído allí a su airado primo para darle muerte.
Dos amigos intelectuales desvelan, en la época actual, el misterio acaecido hace unos años en un extraño laberinto construido en Cornwall por “Abenjacán el Bojarí, caudillo o rey de no sé que tribu nilótica, que murió en la cámara central de esa casa a manos de su primo Zaid. Al cabo de los años, las circunstancias de su muerte siguen oscuras”. Abenjacán se había refugiado en Inglaterra huyendo del fantasma vengador de su primo Zaid, a quien había asesinado para no tener que compartir el tesoro con el que había logrado escapar de las manos de sus antiguos súbditos, ahora rebelados contra los dos primos tiranos. Cierto día arriba a Cornwall una nave exótica. Al poco tiempo el cadáver de Abenjacán aparece, desfigurado, en su recinto.
Una incoherencia en el relato permite a uno de los dos amigos, matemático de profesión, intuir que la historia oficial es falsa. La realidad sería otra: no fue Abenjacán quien se había refugiado en el laberinto, sino Zaid. Éste habría sido, por tanto, el que habría abandonado en África al valiente Abenjacán, llevándose el tesoro; el que habría construido tan extraño edificio —un laberinto— en la costa de Inglaterra; el que, en fin, habría atraído allí a su airado primo para darle muerte.
El relato, con esa mezcla de ambientes —europeo y africano— tan grata a Borges, participa de las características del relato policial (un asesinato con un dato confuso; un investigador ocasional, que acierta con la clave del misterio a partir de un detalle sin importancia aparente) y de la novela de aventuras: suplantación de la personalidad (tan característica de Borges) con “suspense” hasta el final de la historia.
Los dos reyes y los dos laberintos
En una sola página, Borges hace una de sus típicas imitaciones: simula una historia arábiga. “Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que...”. Se narra la sutil venganza de un rey de Arabia, humillado por el rey de Babilonia, que lo había dejado perderse en un laberinto de su corte. El vengador abandonará al rey babilonio en el desierto, “donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”. Concisión e imperturbabilidad en el relato de un hecho homicida son los dos rasgos borgeanos que aparecen destacables en este cuento breve.
La espera
“El coche lo dejó en el cuatro mil cuatro de esa calle del Noroeste”. El comienzo ex abrupto de la narración nos sumerge en un ambiente en el que se simultanea la precisión de la novela naturalista con la incógnita del relato de misterio: ¿quién es la persona a la que ha traído el coche? ¿Cuál es esa calle del Noroeste?
Dos tercios de la narración —breve, como todas las piezas del volumen— están ocupados por el relato minucioso del proceso de instalación del misterioso protagonista en lo que adivinamos una casa de huéspedes (nunca es mencionada como tal). Borges hace que la imaginación del lector complete muchos datos y circunstancias que él, deliberadamente, no hace sino sugerir.
“Cuando la mujer le preguntó cómo se llamaba, dijo Villari, no como un desafío secreto, no para mitigar una humillación que, en verdad, no sentía, sino porque ese nombre lo trabajaba, porque le fue imposible pensar en otro. No lo sedujo, ciertamente, el error literario de imaginar que asumir el nombre del enemigo podría ser una astucia”. A través de las sensaciones del personaje hemos podido deducir su condición de fugitivo, y, más tarde, la de italiano.
“El señor Villari, al principio, no dejaba la casa (...). Entre los libros del estante había una Divina Comedia, con el viejo comentario de Andreoli (...). Villari acometió la lectura de esa obra capital (...). No juzgó inverosímiles o excesivas las penas infernales y no pensó que Dante lo hubiera condenado al último círculo, donde los dientes de Ugolino roen sin fin la nuca de Ruggieri”. Es una nueva alusión, muy culta, a la condición de traidor del fingido Villari: Dante coloca a los traidores en el último círculo de su infierno.
“En los amaneceres soñaba un sueño de fondo igual y de circunstancias variables. Dos hombres y Villari entraban con revólveres en la pieza o lo agredían al salir del cinematógrafo...” Borges ha hecho un cuento del tema de la espera y su final: “Una turbia mañana del mes de julio, la presencia de gente desconocida (no el ruido de la puerta cuando la abrieron) lo despertó. Altos en la penumbra del cuarto (...), Alejandro Villari y un desconocido lo habían alcanzado, por fin”.
El hombre en el umbral
El primer párrafo presenta el relato como una historia oída en Buenos Aires a un amigo inglés de Borges. (Es habitual en él este recurso: presentar como real lo que es ficticio. En este caso introduce a otro personaje real, su amigo Bioy, para cargar de realidad la fabulación). “De las historias que esa noche contó, me atrevo a reconstruir la que sigue. Mi texto será fiel...”
A una ciudad musulmana de la India es enviado, por el poder británico, un legado escocés para que acabe con ciertos disturbios. Consigue su propósito. “Unos años pasaron. La ciudad y el distrito estaban en paz; sikhs y musulmanes habían depuesto las antiguas discordias y de pronto Glencain desapareció”. El amigo inglés de Borges, narrador de la historia, es encargado de dar con el paradero del escocés desaparecido. Parece haberse organizado una conspiración de silencio; no obstante, “una tarde me dejaron un sobre con una tira de papel en la que había unas señas...".
En la dirección indicada encuentra a un hombre muy viejo que parece no entender sus preguntas. “Sentí (...) lo irrisorio de interrogar a aquel hombre antiguo, para quien el presente era apenas un indefinido rumor”. Por fin, al oír que el europeo pide información acerca de un juez, inicia una historia: “-¡un juez! —articuló con débil asombro—. Un juez que se ha perdido y lo buscan. El hecho aconteció cuando yo era niño”. Un juez fue enviado a poner orden en la ciudad. “Los menos malos se alegraron, porque sintieron que la ley es mejor que el desorden”. Pero el juez se revela un tirano y son tramados contra él un secuestro y un juicio popular. Un loco fue nombrado como “juez del juez”, para que la sabiduría de Dios hablara por su boca y avergonzara las soberbias humanas”.
Simultáneamente a la narración del anciano sentado en el umbral, hombres y mujeres entran en la casa, en cuyo "último patio se celebraba no sé qué fiesta musulmana”. Al lector le va ganando la sensación de que lo que el viejo cuenta como ocurrido en el pasado, puede estar sucediendo puntualmente en ese momento. Así es, y así se manifiesta en las últimas líneas. La fiesta es la ejecución de Glencain.
El terso e intrigante relato, además de ser susceptible de una lectura sin más pretensiones, puede ser interpretado en la clave simbólica de alguno de los temas recurrentes en Borges: aquí se trataría de la idea de la repetición cíclica del tiempo y los acontecimientos, que se repiten de un modo no idéntico, sino similar. A Borges no le preocupa que la realidad no suceda como él la fábula: el mundo es, en su opinión, impenetrable, y la literatura es una invención que hay que añadir a la creación, no un reflejo de ésta.
El Aleph
La estructura narrativa del relato que da nombre al volumen es análoga a la de El Zahir: dentro de la narración de algo trivial —la muerte de Beatriz Viterbo y las fatuas pretensiones de su primo, Carlos Argentino— se coloca el episodio trascendental de la contemplación del Aleph. Este es un microcosmos, “uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”.
Inicia el relato la mención de la muerte de Beatriz Viterbo, acaecida años antes del episodio central, y lo cierra una postdata ficticiamente posterior a la redacción del cuento: hay, pues, tres puntos de referencia cronológicos.
Borges, que aparece como protagonista narrador, evoca a la Bella Beatriz, de la que anduvo semienamorado. Era una bonaerense de ascendencia italiana. Con la de la mujer, se mezcla la descripción-presentación de su primo, Carlos Argentino, “rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible en los arrabales del sur; es autoritario, pero también es ineficaz (...). Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante”. Este tipo, presentado con tan fino sarcasmo, es, además, autor de un poema infinito y pretencioso “que se titulaba La Tierra; tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca disgresión y el gallardo apóstrofe”, apostilla con ironía Borges.
Una cuarta parte del cuento está destinada a ironizar sobre el poeta y su “pedantesco fárrago”. A la mitad del texto es introducido el tema Aleph: Carlos Argentino participa a Borges su tribulación por el anuncio del derribo de la casa familiar que él habita, y, al paso, le hace la confidencia de que en el sótano de la vivienda amenazada hay un Aleph. Acepta mostrárselo a Borges. Aquí hay una introducción morosamente retardada: larga espera en la casa; miedo a ser burlado, preparación en el sótano. Finalmente se describe la contemplación del microcosmos: “Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor (...). El problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es (...). Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América (...), vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernadero, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra...”
Apenas hay consecuencias de esta visión: “temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido”.
La “postdata” de 1943 retoma los dos temas del cuento: Carlos Argentino ha visto su ridículo poema editado y premiado. En cuanto al Aleph, añade algunos datos eruditos y la desconcertante opinión de que “el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph”. Da especiosas razones que atrapan al lector en un deliberado juego de despropósitos. Cierra la “postdata” con la melancólica frase final: “Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz”.
La intrusa
Completa el volumen una pavorosa historia de la Argentina rural, que Borges dice haber oído en una doble versión (también es éste un recurso de su estilo para prestar verosimilitud a lo que, en realidad, es invención suya).
“La describo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos”. Borges ha tratado repetidas veces temas argentinos de un modo que no tiene nada que ver con lo folklórico o pintoresco. En su búsqueda de “lo esencial argentino”, encuentra como constituyente el coraje, a menudo brutal, que tiene su símbolo en el cuchillo: coraje y cuchillo aparecen en muchos de sus relatos de ambientación argentina.
En el cuento final, dos hermanos criollos comparten la que es legítima mujer de uno de ellos. El hecho de haber vivido durante muchos años muy unidos y el infame trato acaban por levantar entre ellos suspicacias. Para vencerlas, prefiriendo la antigua armonía fraterna, el marido mata fríamente a su esposa. “Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla”.
La Intrusa
La Intrusa
Por Jorge Luis Borges (El informe de Brodie - 1970)
Por Jorge Luis Borges (El informe de Brodie - 1970)
Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristian, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Moran. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.
En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas durmieron en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.
Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Mal quistarse con uno era contar con dos enemigos.Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucia en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé que negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos. Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristian atado al palenque. En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venia con el mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo: -Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, úsala. El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer, Cristian se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro. Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal.
El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristian solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, mas allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba. Una tarde, en la plaza de Lomas , Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injirió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristian. La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto. Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un dialogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenia, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serian las cinco de la mañana cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristian cobró la suma y la dividió después con el otro. En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenia que hacer en la Capital. Cristian se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristian le dijo: -De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.
Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristian; Eduardo espoleó al overo para no verlos. Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -Quién sabe que rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que había traído la discordia.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristian uncía los bueyes. Cristian le dijo: -Vení; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargue, aprovechemos la fresca. El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche. Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro: -A trabajar, hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará mas perjuicios. Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vinculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.
viernes, 13 de febrero de 2009
Las Ruinas Circulares
Las ruinas circulares[Cuento]
Jorge Luis Borges
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
ARGUMENTO [posible argumento]
Esta es la historia fantástica de un hombre que sueña con otro hombre. El personaje no tiene nombre ni descripción física, la única característica es ser un mágico. Él va hasta las ruinas de un antiguo templo, con forma circular, para soñar conscientemente con un ser humano perfecto.
El hombre idealiza al otro hombre como un ser modelo. Lo instruye con los conocimientos eruditos del mundo y disfruta de su contemplación. Pero, en un determinado momento el sonãdor despierta y su creación desaparece.
Él hace otra tentativa y cuando alcanza su propósito, éste se disipa nuevamente. Sufre enormemente con el ocurrido y en medio a ese sufrimiento descubre que él mismo, el soñador, no tiene realidad. El soñador es también producto imaginario de otro ser.
La mente crea el universo, y no al revés; la ficción es verdad, el sueño es realidad.
RESUMEN [Posible Resumen]
El hombre, a quine nadie vio cuando llegó al templo redondo y en ruinas, vino con un sólo propósito, el soñar a alguien íntegro, perfecto e imponerlo ante la realidad. Al principio le fue difícil crearlo del Caos, pero luego con la ayuda de la palabra pudo lograrlo. Al final comprendió que al graduarlo a la realidad, el propósito de su vida había finalizado porque él hacia parte de otro sueño.
viernes, 6 de febrero de 2009
La casa de Asterión
Argumento
El cuento se narra en forma de monólogo por parte de Asterión, ser que vive en una inmensa casa a la que describe dotada de infinitas (14) puertas sin cerraduras, carente de mobiliario y en la que existen numerosos pasadizos, habitaciones, corredores y patios. A lo largo de los años Asterión vaga por su interminable morada, la cual cree infinita. El personaje explica su personalidad narrando eventos del pasado, como el atardecer en que dio en salir, pero el temor que le infunden los rostros y actitudes de las gentes del exterior, lo obliga a internarse nuevamente en lo profundo de su residencia. Pasa los largos días jugando a las escondidas, corriendo por las extensas galerías, fingiendo dormir o recibiendo la visita de otro como él. Cada nueve años entran nueve hombres en la casa, a los que Asterión asesina. Uno de ellos, antes de morir, le profetiza que algún día llegará quién lo libere de su suplicio. Una mañana arriba su salvador y Asterión, muere sin defenderse.
Personajes
La imaginación es lo único que le permite hacer la soledad más tolerable. La muerte es una especie de liberación de todo mal; así como él redime a los hombres que entran al laberinto, Teseo lo libera a Asterión del suyo.
El hecho es que soy único. no me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. ( A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.
El cuento se narra en forma de monólogo por parte de Asterión, ser que vive en una inmensa casa a la que describe dotada de infinitas (14) puertas sin cerraduras, carente de mobiliario y en la que existen numerosos pasadizos, habitaciones, corredores y patios. A lo largo de los años Asterión vaga por su interminable morada, la cual cree infinita. El personaje explica su personalidad narrando eventos del pasado, como el atardecer en que dio en salir, pero el temor que le infunden los rostros y actitudes de las gentes del exterior, lo obliga a internarse nuevamente en lo profundo de su residencia. Pasa los largos días jugando a las escondidas, corriendo por las extensas galerías, fingiendo dormir o recibiendo la visita de otro como él. Cada nueve años entran nueve hombres en la casa, a los que Asterión asesina. Uno de ellos, antes de morir, le profetiza que algún día llegará quién lo libere de su suplicio. Una mañana arriba su salvador y Asterión, muere sin defenderse.
Personajes
Asterión
Es el personaje principal del relato. Es el nombre propio del Minotauro, que vive recluido en el laberinto de Creta (construido por Dédalo), el cual crea su casa.
Asterión vive en la soledad del laberinto, esperando a su redentor; para él, la persona que lo asesine, lo liberaría de su condición de monstruo. Asterión es completamente capaz de notar una diferencia entre su aspecto y el de los demás habitantes de la ciudad, pero adjudica estas diferencias a una supuesta superioridad suya para con los demás, causada por ser hijo de una reina.
Teseo
A este personaje no se le conoce por su nombre (debe recordarse que el relato está contado íntegramente, salvo por la frase final que es una cita, desde el punto de vista de Asterión). Téseo es, en la mitología griega, el héroe que se encarga de acabar con el Minotauro. ...
Interpretación crítica
Podría realizarse una comparación entre Asterión y el autor del cuento. Borges, por su afición a la lectura, pasaba horas enfrascado en ella, y se sentía diferente a los demás por esta causa. Si Borges fuese el minotauro, su biblioteca sería el laberinto.
Podría también hacer una comparación entre el mito de Teseo y el Minotauro y este cuento, comparándose sus múltiples diferencias, entre ellas, el carácter de redentor de Teseo, y la personalidad del Minotauro, que en este cuento no es un monstruo sino una simple persona.
Asterión es un monstruo que como tal, desconoce su condición. El temor no es infundido por él sino por los demás, que son distintos. La soberbia impide asemejarse a los otros; el personaje se sabe único, hijo de una diosa y vanidosamente se considera capaz de haber creado el mundo y haberse olvidado de ello.
Es el personaje principal del relato. Es el nombre propio del Minotauro, que vive recluido en el laberinto de Creta (construido por Dédalo), el cual crea su casa.
Asterión vive en la soledad del laberinto, esperando a su redentor; para él, la persona que lo asesine, lo liberaría de su condición de monstruo. Asterión es completamente capaz de notar una diferencia entre su aspecto y el de los demás habitantes de la ciudad, pero adjudica estas diferencias a una supuesta superioridad suya para con los demás, causada por ser hijo de una reina.
Teseo
A este personaje no se le conoce por su nombre (debe recordarse que el relato está contado íntegramente, salvo por la frase final que es una cita, desde el punto de vista de Asterión). Téseo es, en la mitología griega, el héroe que se encarga de acabar con el Minotauro. ...
Interpretación crítica
Podría realizarse una comparación entre Asterión y el autor del cuento. Borges, por su afición a la lectura, pasaba horas enfrascado en ella, y se sentía diferente a los demás por esta causa. Si Borges fuese el minotauro, su biblioteca sería el laberinto.
Podría también hacer una comparación entre el mito de Teseo y el Minotauro y este cuento, comparándose sus múltiples diferencias, entre ellas, el carácter de redentor de Teseo, y la personalidad del Minotauro, que en este cuento no es un monstruo sino una simple persona.
Asterión es un monstruo que como tal, desconoce su condición. El temor no es infundido por él sino por los demás, que son distintos. La soberbia impide asemejarse a los otros; el personaje se sabe único, hijo de una diosa y vanidosamente se considera capaz de haber creado el mundo y haberse olvidado de ello.
La imaginación es lo único que le permite hacer la soledad más tolerable. La muerte es una especie de liberación de todo mal; así como él redime a los hombres que entran al laberinto, Teseo lo libera a Asterión del suyo.
La casa de Asterión
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito (1) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.)
Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. no me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. ( A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.
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