El cuento se narra en forma de monólogo por parte de Asterión, ser que vive en una inmensa casa a la que describe dotada de infinitas (14) puertas sin cerraduras, carente de mobiliario y en la que existen numerosos pasadizos, habitaciones, corredores y patios. A lo largo de los años Asterión vaga por su interminable morada, la cual cree infinita. El personaje explica su personalidad narrando eventos del pasado, como el atardecer en que dio en salir, pero el temor que le infunden los rostros y actitudes de las gentes del exterior, lo obliga a internarse nuevamente en lo profundo de su residencia. Pasa los largos días jugando a las escondidas, corriendo por las extensas galerías, fingiendo dormir o recibiendo la visita de otro como él. Cada nueve años entran nueve hombres en la casa, a los que Asterión asesina. Uno de ellos, antes de morir, le profetiza que algún día llegará quién lo libere de su suplicio. Una mañana arriba su salvador y Asterión, muere sin defenderse.
Personajes
Asterión
Es el personaje principal del relato. Es el nombre propio del Minotauro, que vive recluido en el laberinto de Creta (construido por Dédalo), el cual crea su casa.
Asterión vive en la soledad del laberinto, esperando a su redentor; para él, la persona que lo asesine, lo liberaría de su condición de monstruo. Asterión es completamente capaz de notar una diferencia entre su aspecto y el de los demás habitantes de la ciudad, pero adjudica estas diferencias a una supuesta superioridad suya para con los demás, causada por ser hijo de una reina.
Teseo
A este personaje no se le conoce por su nombre (debe recordarse que el relato está contado íntegramente, salvo por la frase final que es una cita, desde el punto de vista de Asterión). Téseo es, en la mitología griega, el héroe que se encarga de acabar con el Minotauro. ...
Interpretación crítica
Podría realizarse una comparación entre Asterión y el autor del cuento. Borges, por su afición a la lectura, pasaba horas enfrascado en ella, y se sentía diferente a los demás por esta causa. Si Borges fuese el minotauro, su biblioteca sería el laberinto.
Podría también hacer una comparación entre el mito de Teseo y el Minotauro y este cuento, comparándose sus múltiples diferencias, entre ellas, el carácter de redentor de Teseo, y la personalidad del Minotauro, que en este cuento no es un monstruo sino una simple persona.
Asterión es un monstruo que como tal, desconoce su condición. El temor no es infundido por él sino por los demás, que son distintos. La soberbia impide asemejarse a los otros; el personaje se sabe único, hijo de una diosa y vanidosamente se considera capaz de haber creado el mundo y haberse olvidado de ello.
Es el personaje principal del relato. Es el nombre propio del Minotauro, que vive recluido en el laberinto de Creta (construido por Dédalo), el cual crea su casa.
Asterión vive en la soledad del laberinto, esperando a su redentor; para él, la persona que lo asesine, lo liberaría de su condición de monstruo. Asterión es completamente capaz de notar una diferencia entre su aspecto y el de los demás habitantes de la ciudad, pero adjudica estas diferencias a una supuesta superioridad suya para con los demás, causada por ser hijo de una reina.
Teseo
A este personaje no se le conoce por su nombre (debe recordarse que el relato está contado íntegramente, salvo por la frase final que es una cita, desde el punto de vista de Asterión). Téseo es, en la mitología griega, el héroe que se encarga de acabar con el Minotauro. ...
Interpretación crítica
Podría realizarse una comparación entre Asterión y el autor del cuento. Borges, por su afición a la lectura, pasaba horas enfrascado en ella, y se sentía diferente a los demás por esta causa. Si Borges fuese el minotauro, su biblioteca sería el laberinto.
Podría también hacer una comparación entre el mito de Teseo y el Minotauro y este cuento, comparándose sus múltiples diferencias, entre ellas, el carácter de redentor de Teseo, y la personalidad del Minotauro, que en este cuento no es un monstruo sino una simple persona.
Asterión es un monstruo que como tal, desconoce su condición. El temor no es infundido por él sino por los demás, que son distintos. La soberbia impide asemejarse a los otros; el personaje se sabe único, hijo de una diosa y vanidosamente se considera capaz de haber creado el mundo y haberse olvidado de ello.
La imaginación es lo único que le permite hacer la soledad más tolerable. La muerte es una especie de liberación de todo mal; así como él redime a los hombres que entran al laberinto, Teseo lo libera a Asterión del suyo.
La casa de Asterión
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito (1) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.)
Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. no me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. ( A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.
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